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Un militante cree en la solidaridad social. No es un "individuo" en el pobre sentido
que del individuo tiene el liberalismo burgués. Sabe que su individualidad se realiza en el grupo. Su incorporación al trabajo, a la producción, a su grupo de pertenencia, a su clase social, lo incorpora a la solidaridad, al compañerismo, a la amistad sincera. Para decirlo claro: lo humaniza. Un militante es un ser en constante proceso de humanización. Su militancia lo hará mejor padre, mejor hombre de su mujer, mejor amigo de sus amigos. Sabe que habita este mundo para luchar junto a los demás, no para usarlos.
El militante respeta el trabajo. No porque sea un sometido, sino, porque sabe que en el trabajo está su poder, su organizatividad y el sentido final de su militancia: la justicia social. Y también porque sabe que por fuera del trabajo, no sólo está la miseria económica, sino la otra: la social y la humana. La que hará de él un apartado, un egoísta, un resentido y hasta un delincuente.
El militante, cree en una verdad que lo trasciende y da sentido a su vida.
Esta verdad es su ideología, la ideología que comparte con sus compañeros y expresa su lucidez.
La ideología que hace de él un sujeto y no un objeto de la historia.
La ha amasado, a esta ideología, durante años, la ha padecido, la ha cuestionado, la ha asumido cotidianamente. Porque cotidianamente intentan quitársela, se la oscurecen y deforman desde las pantallas de la TV o desde las radios. Aparecen allí, frente a él, en su hogar, hombres cultivados, con buenos modales, racionales hasta el asombro y vértigo, implacables, que le dicen que no, que está equivocado, que todo está bien, o que todo está mal, pero que, en todo caso, nada está como él cree.
¿Cómo lucha contra toda esa insidiosa verborragia? Hablando con sus compañeros. Buscando la verdad donde está: en el grupo. Porque cuando los militantes son esto, militantes, y están unidos por sus intereses comunes, la verdad es una tenaz corriente eléctrica que los recorre y los une aniquilando el discurso del enemigo.
Porque es cierto (según postula un diabólico axioma del pensamiento autoritario) que mil repeticiones hacen una verdad. Pero no es menos cierto que mil repeticiones pueden también aburrir, transformarse en un sonido apenas desagradable y persistente. En suma inaudible.
El militante es un hombre que tiene una razón para vivir. Y más también. Cierta vez dijo Camas " Una razón para vivir es una razón para morir”. El militante, en efecto, puede llegar a morir por su causa. Pero en Argentina - hoy a esta altura de nuestra experiencia y de nuestro dolor- habrá que afirmar tenazmente que el momento más alto de realización de un militante es su vida (cualquiera de los infinitos actos en que su militancia lo ha comprometido) y no su muerte.
La deshumanización acecha también al militante. Puede transformar su ideología en dogma, en obstinación y autoritarismo. Puede creerse más heroico. Puede confundir el desprecio por la vida con el coraje. Puede enajenarse en su lucha. Puede olvidar las pequeñas cosas en nombre de los grandes ideales. Puede olvidar que los grandes ideales se persiguen y se conquistan para posibilitar las pequeñas cosas. Puede llegar a considerarse sólo el eficaz cuadro de una organización. Y hasta puede llegar al extravío de exigir también eso de los demás.
Puede llegar a realizar esta frase de Brecht: " Nosotros que nos unimos para luchar por la amistad entre los hombres, no supimos ser amigos”.
El viejo problema de los medios y los fines se agitan detrás de éstas ideas.
Pero si la militancia ha de servir para humanizar al militante, los fines deberán estar presentes en todos los medios. Porque el militante está vivo hoy, y es hoy, en cada uno de los actos que realiza para conquistar una sociedad más justa, donde están enteramente en juego su humanización o su envilecimiento.

Por Jose Pablo Feinmann.
Entender nuestro pasado para explicar la actualidad

Somos hijos de la democracia, crecimos en los 80 con la asunción de Alfonsín, vimos como el país se llenaba de esperanzas, y el miedo a todo dejaba de tener sentido. Pero también vimos como las leyes de punto final y obediencia debida exculpaban a miles de asesinos de sus crímenes durante la dictadura. Algunos llegamos a ver a la selección ganar el mundial del 86 con Diego doblegando con mil gambetas a los Ingleses, otros aun no habíamos nacido. Sufrimos la hiperinflación dejando a su paso una ola de pobreza y de incertidumbre.

Algunos tuvimos una infancia llena de fantasías, del 1 a 1, del “déme dos” en Brasil, vacaciones en Miami o Disney, nuestra casas se llenaron de televisores y computadores, mientras nuestras deudas crecían. Otros, en cambio, vimos a nuestros viejos perder su trabajo, quebrar sus empresas, y sentimos propia su desesperación por encontrar una salida; vimos a nuestros hermanos y amigos irse a Europa o Estados Unidos buscando un horizonte mejor. Sentimos la confiscación de nuestros ahorros con el plan Brady, la desocupación creciente, la mudanza indiscriminada de industrias a Brasil, miles de productores rurales fundidos rematando sus campos. Nos quitaron nuestras empresas y nuestros recursos a cambio de migajas, gracias a un Diputrucho. Aun nos duele tanta pobreza, tanta injusticia, todo en nombre el Libre Mercado y el Consenso de Washington.

La corta ilusión

El 2000 vino cargado de ilusiones, las cuales se fueron diluyendo cuando supimos que era más de lo mismo, éramos más grandes y entendíamos que la desesperación de nuestras familias se acrecentaba, la angustia estaba siempre presente. Ya callejeábamos cuando llego el 2001, el contexto era, un Ministro de Economía que duraba días, recortes de sueldos y jubilaciones como moneda frecuente, así como también intenciones de privatizar la universidad pública y flexibilización laboral con la Banelco en mano. Poco después todo estalló: el caos, corralito, corralón, estado de sitio, hambre, pobreza, desesperación, crisis, represión, muerte y 5 presidentes en cuestión de días. Todo eso somos nosotros, y estas situaciones nos templaron de cuerpo y alma, vivimos un infierno. En este contexto era imposible que surja algún tipo de esperanza.

Volviendo a creer en el rol del Estado

Cuando el 25 de Mayo del 2003 se inició este proyecto político con Néstor Kirchner como presidente, nacía desde el punto más débil posible, la situación era caótica, había más desocupados que votos, las personas en condición de pobreza llegaban al 60% y la caída no paraba. Nosotros, todos nosotros, pudimos vivir uno a uno los logros y conquistas de este proyecto político, vimos como se recupero el trabajo, como volvieron nuestros científicos, como se reabrieron fabricas, los campos produjeron, los jubilados mejoraron su calidad de vida, el poder adquisitivo mejoró y la redistribución de la riqueza a la par. Vimos una justicia independiente del poder político de turno y pudimos pagar nuestras deudas. Volvimos a tener esperanzas y reaparecieron nuestros sueños. Nosotros pudimos volver a la Facu a estudiar, nuestros viejos a sus trabajos y sus empresas, nuestros profesores a enseñar, y así todo se fue normalizando.

Pero el país era muy distinto, con aciertos y con errores este proyecto político había constituido un nuevo modelo económico, que generaba riqueza genuina y la redistribuía, recuperando el rol del Estado en todos sus niveles y responsabilidades, volvió la inversión privada en la industria, el campo y los servicios, hubo trabajo, volvió la inversión publica y Atucha ya no fue mas un monumento a lo que pudimos ser, sino un símbolo de lo que somos.

Recuperando el rol del estudiante como actor social fundamental:

Hoy, en el año 2010, entendemos que todas estas conquistas no alcanzan, que hay que continuar profundizando este proyecto de país, porque aun persisten personas en situación de pobreza y de desigualdad. Estamos convencidos que la universidad pública no puede y no debe mantenerse al margen de los grandes debates que atraviesan a nuestra sociedad. Creemos que la participación de los estudiantes SI puede cambiar nuestra realidad, si puede ayudar a construir un país independiente, con igualdad de oportunidades para todos, con justicia social y soberanía política.

La propuesta es que logremos construir juntos un espacio de referencia, donde todos podamos participar activamente, en donde otras voces vuelvan a ser escuchadas después de más de 3 décadas de censura, tiempo en el cual la existencia de un modelo buscó y logró alejar a los estudiantes de los debates estratégicos de índole nacional, concentrando de esta manera la toma de decisiones en mano de pocos actores que no siempre tuvieron como objetivos centrales el crecimiento y desarrollo del país.
La apatía política y el desprecio hacia la participación fueron el resultado (buscado) de aquel modelo neoliberal, porque bien entendían los arquitectos del mismo que mediante la participación estudiantil y ciudadana se buscaría cuestionar el dominio existente.

Por todo esto, queremos invitarte, a participar y trabajar por una facultad de Ciencias Económicas, para que vuelva a ser una casa donde las ideas se discutan, donde a los alumnos y profesores nos respeten nuestros derechos, una facultad que se integre a la sociedad y participe activamente de ella.
Ese es Nuestro sueño y te invitamos a soñar con nosotros.